martes, 5 de octubre de 2010

¿Quién me ha robado el otoño?

Todo el mundo sabe que con el fin de septiembre llega el fin del verano. De hecho, en el colegio nos enseñan que el otoño comienza oficialmente el 23 de septiembre (en el hemisferio norte) y precisamente son los escolares los que mejor saben que por esas fechas no son las vacaciones lo único que se termina. Incluso, llegamos a poner nuestras esperanzas en el famoso “veranillo de San Miguel” (29 de septiembre, siempre y cuando Google no mienta). Pero todos sabemos, y estamos más que mentalizados que con la llegada de octubre, el calor se va. Bien, hasta ahí todo perfecto. Lo de siempre, sin novedad, es lo que tiene el otoño. Esa estación bisagra entre altas y bajas temperaturas. Con el comienzo del otoño, sentimos como poco a poco el verano se apaga. Pero en esa metáfora está la gracia. Que se apaga POCO A POCO. No es como si llegas y le das a un interruptor y cambiamos de estación. No. El otoño es una estación de tránsito y eso (junto con la primavera) es lo que hace que nos diferenciemos de otras zonas del planeta donde sólo hay época seca y época de lluvias o donde hay luz 20 horas al día la mitad del año y la otra mitad es de noche todo el tiempo.

En otoño, las hojas de los árboles (caducos) se van secando y visten el paisaje de diversos tonos rojos y amarillos. En una misma semana puedes tener días de mucho viento pero con sol, seguidos por días con mucha lluvia que puede ir desde el aguacero de nuestra vida hasta la “tormenta de verano” pero en versión frío, porque como ya hemos dicho al principio del blog, del verano ya sólo nos quedan los recuerdos. Pero no importa, porque para eso sirve esta rojiza estación. Para mentalizarnos y poco a poco adaptarnos al nuevo estilo de vida o más que estilo de vida, estilo de vestirse. Ya sabéis: paraguas, botas, gorro, bufanda y sin darnos cuenta hasta guantes. Esa es la gracia del otoño que con sus efectos de colores nos engatusa y engaña y sin que prácticamente nos percatemos; nos planta en el invierno. El problema radica cuando por jugar con la temperatura global y dañar el medio ambiente, mamá naturaleza decide castigarnos y saltarse el otoño.

La semana pasada todavía iba a clase en pantalones cortos y chanclas. De hecho, parece ser que hay un pacto secreto entre el clima y los que controlan la temperatura dentro de los edificios y de un día para otro cambian el calor por el frío (fuera) y el aire acondicionado por la calefacción (dentro). En algún momento tendré que investigar más sobre este extraño complot, ya que me habría ahorrado dos horribles días en la cama y una eterna mañana entre la consulta del doctor y la farmacia. Nos quejaremos de la sanidad española y de nuestras salas espera o de las urgencias pero vamos, no las cambio ni por un solo día con lo que tienen en Estados Unidos.

El caso, que con tanto robo de estaciones y tanto cambio brusco de temperaturas, mi pobre organismo que estaba entretenido pensando cómo será eso de pasar Halloween con las calabazas como único aporte cromático típico de la época del año, me he puesto mala y como “recompensa” por las molestias, he podido añadir a mi colección de cosas 100% americanas el típico bote de pastillas naranja (el bote no las pastillas) con tu nombre y tapa a prueba de niños.

[¿Quién no ha visto uno de estos en las películas?]
 
Con otoño o sin él, está claro que el periodo de aquí hasta Navidades promete. A finales de mes tenemos la más que famosa noche de brujas y para amenizar noviembre, ¿qué mejor manera que disfrutar de un buen pavo en acción de gracias?

-Stay toon for more-