¡Se acabó! Sin apenas darme cuenta el último día de clases ha terminado y con ellas el semestre. En exactamente dos días estaré subiéndome en un avión rumbo a Colombia para huir del frío tan insoportable que está azotando la pequeña capital del gran imperio pero no puedo irme sin antes compartir con el blog mi regalo de cumpleaños: Un viaje a Nueva Orleans.
Mi cumpleaños por lo general suele coincidir con una de las fiestas más importantes para los estadounidenses (Acción de gracias) pero una cosa es saberlo y oírlo de lejos y otra bien diferente es “vivirlo”. El éxodo masivo de las ciudades para reunirse con los seres queridos fue cuando menos sorprendente y eso que yo me fui de Washington DC el martes por la noche y no el miércoles como la mayoría de los viajeros. El tren estaba literalmente hasta arriba y varias fueron las personas que hicieron el recorrido de pie. Con semejante panorama debo de confesar que me preocupo un poco eso de ser el punto de mira de posibles ataques terroristas, pero bueno, no por ello voy a dejar de viajar…
Mi cumpleaños por lo general suele coincidir con una de las fiestas más importantes para los estadounidenses (Acción de gracias) pero una cosa es saberlo y oírlo de lejos y otra bien diferente es “vivirlo”. El éxodo masivo de las ciudades para reunirse con los seres queridos fue cuando menos sorprendente y eso que yo me fui de Washington DC el martes por la noche y no el miércoles como la mayoría de los viajeros. El tren estaba literalmente hasta arriba y varias fueron las personas que hicieron el recorrido de pie. Con semejante panorama debo de confesar que me preocupo un poco eso de ser el punto de mira de posibles ataques terroristas, pero bueno, no por ello voy a dejar de viajar…
El jueves por la mañana y lidiando con el transporte público en horario festivo llegamos al aeropuerto de Baltimore con tiempo de sobra para almorzar y todo así que cuando llegamos a Nueva Orleans a las 3 de la tarde aprovechamos la última hora y media de sol para pasear por la orilla del Mississippi que da al French Quarter.
[Nada como el encanto francés para entrar en ambiente.]
Esa noche y después de una cena sin pavo, fuimos a bailar a un local típico de la ciudad: El Rock & Bowl (sí de bowling, bolos) donde como cada noche de Acción de Gracias durante los últimos 25 años viene el mismo grupo de Zydeco. Me encantaría poder describir en qué consiste exactamente eso del Zydeco pero mi cultural musical no es tan amplia como para hacer una buena metáfora, así que aprovechando una de las herramientas del blog, os dejo un video para que (más o menos) podáis imaginaros de qué va. Por supuesto, no os perdáis los movimientos de las piernas con botas vaqueras que parecen hechas de goma y según se vaya moviendo la cámara no perdáis detalle de la bola de discoteca con lucecitas colgada del techo o de las otras parejas que enfoco, sobre todo hacia el final donde la bailarina (joven de espíritu) va ataviada al más puro estilo ochentero con leggins, enormes zapatillas blancas y camiseta de leopardo (no tiene desperdicio) para cerrar nuevamente con el vaquero y la pareja que va en chanclas.
Al día siguiente y cumpliendo con la predicción meteorológica, nos despertamos con un día gris y mojado pero una simple lluvia no le resta encanto a la ciudad y nos fuimos a desayunar beignets (una especie de donuts) a Café du monde (sí, todo muy francés) como la lluvia parecía no ceder, visitamos un museo sobre el “oscuro” mundo vudú y por la tarde aprovechamos para disfrutar de un tranquilo paseo sobre las aguas del gran Mississippi, por supuesto en barco de vapor.
El sábado otra sorpresa de cumpleaños me estaba esperando y justo después de comer una furgoneta nos recogió en la puerta del hotel para llevarnos a los pantanos de Honey Island e intentar ver algún caimán. Lo cierto es que caimanes sólo vimos uno ya que por esta época del año los reptiles como buenos animalitos de sangre fría están invernando. Pero en el recorrido nos dio tiempo a ver garzas, búhos, tortugas y hasta “nutrias” que no son como las nutrias en español sino más bien una cobaya tamaño gato adulto. Al parecer en verano los hay caimanes a montones pero aunque no hubiéramos visto ninguno, el paisaje es tan bonito que ya por eso vale la pena el viaje.
[Si habéis visto la película de los Rescatadores (Disney)
el bayou os tiene que resultar familiar.]
Por la noche y gran final a un viaje fabuloso, fuimos a Preservation Hall, parada obligada para cualquier amante del Jazz o simplemente amante de la buena música. El lugar es bastante curioso. No tiene barra (bar) ni aseos ni nada. Consiste literalmente en una sala donde en un extremo se coloca la banda, a mitad de la habitación hay un par de sillas colocadas unas tres filas y el fondo es un espacio vacío para que pueda entrar de pie todo el público que se atreva. Nosotros tuvimos “suerte” y pudimos quedarnos (también de pie) al lado de la puerta que da acceso a la zona de la banda. Todo muy bohemio pero una vez la música empieza a sonar, perfectamente podrías pensar que te encuentras en uno de los mejores auditorios del mundo ya que la calidad de los músicos es impecable.
[En la cuna del Jazz, dedicar una noche a la música era una obligación]
El domingo por la mañana visitamos el distrito de los jardines, pero para cerrar este blog creo que es mejor aprovechar un video que grabé de forma “ilegal” en Preservation Hall y dejar que los pocos segundos que capturé os trasladen hasta la ciudad en forma de croissant, la bella Nueva Orleans.
-Stay toon for more-
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