miércoles, 9 de junio de 2010

He vuelto!!

El problema de escribir sobre las cosas que haces es que si empiezas a hacer muchas cosas, no tienes tiempo para escribir y sin darte cuenta pasan casi dos meses de inactividad bloggera aunque en el mundo real no hayas parado. Que vergüenza...

En fin, antes de que la bola de nieve se haga muuuucho más grande, (a modo de ejemplo sólo comentar que este fin de semana no sólo empieza el mundial -que bien se merece un post- sino que me voy a la playa en versión supervivientes) más me vale echar mano de la agenda y retomar las pato-aventuras antes de que sea demasiado tarde:

Érase una vez semana santa del 2010.
Para los que no se acuerden, Oli y Cris estaban de visita por esas fechas así que la familia cucharita estaba al completo. Sólo nos faltaba “el pincho de fondue” pero a falta de tan legendario componente, decidimos investigar sus orígenes e ir a visitar a su familia. ¡Nueva York nos espera!

El jueves santo a eso de las 7 de la mañana nos subimos en un “chinabus” rumbo a la gran manzana. Para quienes no lo sepan, lo del chinabus es un sistema un tanto dudoso de conexión automovilística entre las principales ciudades de la costa este. Por supuesto los dueños de este servicio son nuestros simpáticos amigos asiáticos y los precios son 100% “made in China” en otras palabras; por 30€ puedes conseguir un Washington DC – Nueva York y vuelta sin riesgo de morir en el camino. Jejeje.

A las 11 de la mañana (aprox.) llegamos a NYC y pusimos rumbo a la estación central donde, inocentes de nosotras, pensábamos dejar las maletas. Craso error. Desde el 11 de septiembre no se aceptan objetos desconocidos en ningún punto de toda la ciudad por lo que tuvimos que hacer turismo pegadas a nuestras maletitas de mano. Afortunadamente tenían tracción en las cuatro ruedas y las aceras de la Gran Manzana pronto cayeron a nuestros pies. ¿O tal vez fueron nuestros pies los que cayeron rendidos?

[Desde la caída de las Torres Gemelas, el Empire State Building
vuelve a ser el rascacielos más alto de la ciudad]

El viernes, con las maletas a buen resguardo en Connecticut, nos entregamos a la conquista de Manhattan. No sin antes arriesgar nuestras vidas en un peligroso trayecto que unía nuestro hogar con la estación de tren en Old Greenwich. Hay rumores que dicen que cuando abandonas las grandes ciudades en Estados Unidos, todo lo demás son pueblos y en cierto modo tienen razón, por que al menos lo que son aceras no lo tienen muy desarrollado más al norte del río Hudson. Pero ni aceras ni los trozos esos de piedras mal colocadas que tenemos a los lados de la carretera en La Moraleja. Eso, en todo caso hubiera sido un lujo. Pero volviendo al paseo suicida rumbo a Nueva York… Tras una media hora de caminata en línea india y pasando por debajo de varios puentes donde seguramente más de una persona si tuviera que esconder un cadáver lo enterraría debajo de semejantes estructuras, llegamos a la estación. A diferencia de la noche anterior en este trayecto sí que nos toco silla y como no era el tren Express también una pequeña siesta para reponer fuerzas.

[A pesar de mis ruegos,
las niñas no quisieron ir a visitar a la Señora Libertad.]

La foto que viene a continuación requiere una mención especial. Sobre todo porque tras la odisea para conseguir sacarla, ha habido varias versiones de los hechos, cada cuál más variopinta. Ha habido incluso versiones de personas que ni siquiera estaban presentes, pero disfrutaron tanto la anécdota pudieron visualizar sin ningún problema toda la situación.

Os voy a poner en contexto: después de pasear por Battery Park decidimos conquistar la ciudad desde Broadway hacia el norte y por supuesto pasamos por el famoso toro de Wall Street pero que no está en Wall Street. En inglés se llama “Charging Bull” y lógicamente está en una postura de embestida inminente, con lo cual a mi no me pareció suficiente hacernos la foto a su lado sino que decidí subirme y “coger el toro por los cuernos”. Hasta ahí todo bien, pero si tenemos en cuenta que el bicho 3.200 kilos… imaginad sus dimensiones. Lo de subirse al toro es una actividad tan compleja como treparse a los leones de Trafalgar Square en Londres o a la columna de la Bastilla en París. Eso sí, la “toma” de esta última solo se puede hacer en medio de una manifestación como por ejemplo contra la guerra de Irak, que sino, seguro te detienen.

Volviendo al Toro: Es algo que resulta complicado pero no imposible. Complicado, sobre todo, si a la altura que hay que subirse le añadimos:
  1. el factor “Catalina no tienes un peso pluma”
  2. el hecho de que “el toro tiene una superficie lisa que con el paso de los años incluso resbala”
  3. el punto de que “te esta ayudando a subir Cris que no puede ni con una caja de cinco kilos de naranjas”
Sin olvidar a Olivia farfullando todo tipo de cosas y muerta de la vergüenza porque le tocaba hacernos la foto cuando lo que, en realidad, ella quería era desvincularse de nosotras por completo porque ADEMÁS en un momento clave del ascenso nos surgió competencia infantil que obviamente subía y bajaba de una forma mucho más ágil y graciosa.

Si le sumamos todos esos factores al simple hecho de “quiero subir al toro” pues la cosa resulta un poquito más complicada pero aunque desde esa perspectiva la conquista pareciera larga e incluso eterna, sólo nos hicieron falta unos minutos y pudimos dar la misión por cumplida.

[La foto no le hace justicia a la complejidad del ascenso]

Después de semejante aventura, cualquier cosa que hiciéramos durante el resto del día perdió importancia, pero sería un error subestimar la belleza del puente de Brooklyn, el bullicio de Chinatown, la comida de little Italy o los efectos ópticos del Flat Iron.

Al día siguiente decidimos explotar al máximo nuestras cabezas (en todos los sentidos) por la mañana visitamos el MOMA, y a eso de las 3 de la tarde nos congregamos en Union Square para la quinta batalla anual de Almohadas.

[Las chicas son guerreras]

Nunca subestiméis el poder de una almohada. Los golpes pueden llegar a ser muy dolorosos. Sobretodo si en pleno repliegue del escudaron una mujer del tamaño de un vikingo decide que los desertores de la batalla son unos débiles que no merecen una retirada a tiempo sino morir en el campo del honor.

Después de la plumífera batalla (y eso que se pedía encarecidamente que las almohadas no fueran de plumas para facilitar la limpieza) dimos un paseo por central Park, rememoramos a los Beatles y nos culturizamos en el Metropolitan.
 

[Todo ser humano es una obra de arte]

Por supuesto, el cierre con broche de oro al viaje de Nueva York, vino de la mano nuestra mamá adoptiva temporal y su eterno espíritu “infantil” que consiguió involucrarnos a todos en el Egg Hunt más disputado pero divertido de los últimos años donde no hay ganadores o perdedores sino participantes.

[Gracias María Inés]

-Stay toon for more-

3 comentarios:

  1. Very cute the last picture. But I cannot figure out if you look like an angel or like a little devil, grrr!
    Bisous, Mister. F.

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  2. Tuve que parar a la gente para que no se interpusiera en el toro, eso lo has pasado por alto, altísimo!!

    Y sí, ya sé dónde esconderia un cadaver...

    Olivia

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  3. Perdona???? Si pude contigo puedo con 60 kg de naranjas.. otra cosa es que deje a la clase obrera trabajar por mi ...

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